Los guarayos, en su mayoría, son agricultores. Con el trabajo de sus manos sacan de la tierra todo lo que necesitan para vivir. En el panacú llevan al pueblo sus productos, maiz, arroz, yuca, plátanos y las presas de caza. En sus chacos cultivan también mani, café, y algodón. La mujer guaraya trabaja en el chaco y en la casa. Además sabe hilar y tejer. De sus manos hábiles proceden las apreciadas hamacas de hilo guarayo, tejidas o atadas.
El panacú es en realidad lo que podría llamarse la “mochila” de los guarayos. Tejido con las hojas de la palma del cusi, resulta cómodo para el transporte de cargas pesadas.
Extrañamente tenían la costumbre de que sea la mujer la que siempre cargue con este enorme peso sobre la espalda. Ayudada por un perotó o un cinturón de tela que apoya en la frente para sostener mejor el panacú. Mientras que el hombre camina delante de ella cargado tan sólo de su machete, su escopeta y fumando su cachimba. ¿Machismo? ¿Algo injusto?
En aquellos tiempos no existian carreteras ni caminos anchos de penetración a los chacos, eran apenas sendas estrechas y pintorescas, flanqueadas por frondosa vegetación con olor a tierra húmeda. Existía en abundancia animales silvestres como también peligrosas fieras que ponían en peligro la vida del guarayo y su mujer, tal vez por esta razón, tenía que ir preparado para cazar o defenderse ante cualquier inesperado ataque.
Sin embargo, la respuesta a esta pregunta la hallaremos en esta interesante leyenda, en la que conoceremos la verdadera razón por la cual la mujer sólo cargaba con el panacú.
Panacú era un joven que nació con un defecto fisico. Tenía una pierna más corta que la otra, debido a esto andaba de un modo muy especial que movía a la risa. Por este motivo era objeto de burlas por parte de algunas personas que no saben respetar los defectos fisicos de sus semejantes.
Los guarayos tenían la costumbre de que todos tenían que trabajar en el chaco sin excluir a la mujeres. Un día, el Abuelo ordenó a Panacú que acompañase siempre a su hija en estas labores. Se trataba de su hija menor, una jovencita muy hermosa, preferida del Abuelo, y no quería que su bella hija se fatigara mucho o le pasara algo, especialmente de vuelta del chaco cuando tenían que traer los productos del mismo.
La muchacha sabiéndose bella y consentida del abuelo, no le importaba lo que decían las demás mujeres del pueblo que no veían con buenos ojos el privilegio del que gozaba. Su belleza y juventud le hicieron cometer un grave error que lamentaria toda su vida. Cada vez que regresaban del chaco, la joven se burlaba de Panacú, echándole en cara su defecto fisico. Se le adelantaba un poco y cojeaba igual que el infortunado joven, se reía a carcajadas y le insultaba en lugar de agradecerle.
Sin embargo. Panacú no podía decirle ni hacer nada por temor a la autoridad del Abuelo. Esto se repetia a diario. El joven aguantaba en silencio las ofensas, pero una rabia grande iba creciendo en su corazón, como todo tiene un limite, la rabia de Panacú iba llegando a su limite.
Cuenta la leyenda que una tarde, cuando regresaban del chaco, volvió a repetirse la misma escena de siempre, risotadas, carcajadas burlescas e insultos por parte de la desaprensiva muchacha.
Panacú dolorido por semejante ofensa, cansado y rendido por el peso de los plátanos y yucas sintió tanta furia que saltó sobre la espalda de la joven con toda la carga que traía y la abrazó tan fuerte que ella no pudo desprenderlo. En ese instante sucedió algo increíble, el desdichado Panacú se convirtió y tomó la forma del actual panacú guarayo.
La perversa muchacha tuvo que caminar hasta el pueblo bien cargada. Las demás mujeres al verla llegar asi, comenzaron a reírse y a burlarse. Llorando contó al Abuelo lo sucedido.
Éste quedó muy afligido y al mismo tiempo muy enojado con aquellas mujeres. Entonces mandó hacer muchos panacuses, tejidos con las hojas de la palmera de cusi igual como el que llevaba su hija en la espalda y ordenó que todas las mujeres debieran cargarlo como castigo por haberse burlado de su querida hija. Es por eso, estimado lector, que solamente las mujeres cargaron con el panacú.